sábado, 31 de mayo de 2008
Drama de un moribundo que no muere.
Ves las paredes caerse a tu alrededor mientras miras el techo, intentando contar las figuras que encuentras. Todo cae, pero no escuchas los escombros. Intentas levantarte y no puedes, estás atado. Mueves los brazos, pero se quedan estáticos, no responden, sólo se mueven lentamente sobre tu propio cuerpo. Gritas, pero no sale voz de tu garganta, ¿qué sucede? Solamente puedes dar vueltas, todo sin levantarte. No tienes voluntad, la has perdido porque sabes que te venció. Pero respiras tranquilo, estás muriendo lentamente, y no sientes desesperación. Tu pelo está enredado, al igual que tu ser, y tal vez sea lo mejor. Tu cuerpo, tan simple, tan poco recorrido, no siente fuerza. Las luces se apagan lentamente o de repente, escuchas tu corazón latente, parece una bomba de tiempo -quizá lo sea-. Escuchas música a distancia, pero no sabes de donde viene. Y las voces, lejanas, no te llaman, no, conocen tu estado pero no te llaman, no se preocupan. Crees que te has quedado solo y, en efecto, lo estás, pero ya no te importa, porque todo se desvanece lentamente. Llevas tus manos a la frente, te sientes bien. No tienes fiebre, tampoco estás frío, pero sin embargo sientes que no volverás a despertar. Te rindes. Cierras los ojos. Y en cuestión de segundos, te has quedado dormido.
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