domingo, 18 de marzo de 2012

"Putita"

Camila, con la ropa que mejor le va (que heredó de su prima) y su carterita preferida bien agarrada, traspasa el umbral y se presenta. Estaba ya oscureciendo afuera, pero la sala era muy iluminada, parecía de día. Hay una especie de admisión, un hombre desagradable la atiende. "Sentate por allá, en un ratito te llaman", dice el hombre.
Camila se sienta sola, no hay nadie más. No se siente cómoda, se siente sucia, no pudo bañarse porque no había agua, como siempre, y mamá estaba trabajando para poder traer un poco más. ¿Papá? Quién sabe. Papá nunca existió. Se pone a pensar en la tarea para mañana y se pregunta si podrá llegar a hacerla, si esto la va a dejar muy cansada o va a poder ayudar también a Facu con su tarea. Seguro que sí, era fácil, sumas y restas.
Esa semana Camila no había faltado nunca al colegio. Mamá estaba orgullosa, tanto de Cami como de sí misma: ¡había podido lograr que su hija no faltara esta vez! Y también estaba orgullosa de Cami y cómo la había criado, con la sabiduría para saber que en la escuela era donde estaba la mejor oportunidad. Pero lástima que no había logrado criarla mejor en otros temas... Bueno, era una mujer trabajadora, no podía estar en todas...
Camila mira las paredes. No le gusta ese lugar, pero no podía ir a otra clínica. Su problema era serio. Tanto trabajar para poder tener la oportunidad que Mamá no tuvo, ahora no se podía echar atrás. Hoy había tenido náuseas a la mañana, no podía seguir pasando, tenía mucho en qué ayudar a Mamá, con la casa, con Facu, y también tenía que ir a la escuela.
La llaman. Cami entra, medio desconcertada. El señor desagradable era el encargado de llevar a cabo el proceso. "¿Estás segura, nena?", le pregunta. "Sí", responde ella, muy segura de sí misma, al menos en apariencia. "Esto te va a doler un poco, un pinchacito, pero es para que el resto no te duela", y sentía esa especie de anestesia en la zona del vientre. Toma dos elementos y empieza su trabajo.
Estaba bastante lúcida, tenía miedo de dormirse y no despertar en aquel lugar. Le daba más seguridad poder pensar en todas las cosas que tenía por delante, al menos ese día. No vio nada, decidió no mirar lo que el hombre desagradable hacía. De repente, siente un dolor. ¿Dónde está la anestesia? Mira al hombre, que de repente está pálido y con sangre en sus manos, que no para de salir de algún lado. Intenta sacar el elemento de adentro de Camila, ella se debilita, le duele mucho, se siente afiebrada, decaída y solo puede mirar para arriba, esa luz que la alumbra, y en el momento en que el hombre tira y saca por donde no debía algo que, en un instante de lucidez, Camila supo que debía haber quedado dentro de ella, la pobrecita se desmaya, su cuerpo no podía más.

Lo siguiente es que el hombre horrible llama a una mujer que no parece asustada ante la situación alarmante. El hombre toma la cartera de Camila. La mujer se la lleva, en brazos, si total era flaquita y chiquita. La deja a un costado de la salita y se va, procurando que nadie la vea escapar en la oscuridad.

Al otro día, Mamá preocupada por Camila que no volvió de la casa de Lucía prende la televisión. Una nena de 14 años fue encontrada a la vuelta de la salita con un metro de intestino afuera enganchado a... ¡una percha deformada! ¡Qué desagradable! ¡Qué horror!
Lo próximo que sabe, es que su nena era una criminal y merecía ese final, solo por haber evitado un dolor de cabeza a su Mamá y haber querido seguir estudiando para ella misma, para Mamá y para Facu.
Mientras tanto, el hombre había tirado la carterita de Camila, dejando solo el dibujo de Plástica de Cami de la casa que le iba a comprar a Mamá y a Facu cuando fuera médica.
Quiero ver cómo bailás
justo como hacés ahora.
Quiero reconocer esa risa
a dos mil kilómetros, a doscientas horas.

Que no me de vergüenza tocarte
Que no me de vergüenza mirarte
porque, seamos sinceros, mirarse a los ojos no es nada fácil.

Tengo la mente volada en un relato que se hunde en tu carne y te arranca las venas, para recordarnos que otros quedan desamparados a su suerte.
Perdón, no quise tomarte de la mano, aunque sí quise pero no quise pero sí pero no pero sí...
Qué egoísmo el mío pensando en tus manos y no en tus cicatrices.