jueves, 22 de diciembre de 2011

María va caminando por la calle, sí, por el asfalto que arde, pero no esquivando autos porque todo está atestado de banderas con gente roja. Camina contra la corriente, con una botella de agua en la mano, porque allá está donde pertenece, un grupo que la supo aceptar como es y con todo lo que tiene. O quizás fue al revés pero ya no se acuerda. Y no importa, ¿no? Solo sabe que ahí es donde terminó... Va caminando y a lo lejos lo ve, al fantasma de sus navidades pasadas, a Tomás: sostiene una caña, su pelo enrulado al viento que no corre, sus anteojos que no sirven para apalear el sol. Rodeado de gente.
María sigue caminando, no se va a detener, no va a cruzar la calle para verlo más de cerca. ¡Eso estaría mal! María no puede darse ese lujo. Sigue caminando, cabizbaja, evitando el contacto visual pero sin perder la posibilidad de ver si el contacto lo establece Tomás. No sucede, o eso es lo que ella cree. Sigue y llega a su grupo.
Comienza a caminar, esta vez a favor de la corriente, y se pone a pensar en Tomás, como no podía ser de otra forma. Y se da cuenta que hace ya tiempo que, cuando lo ve, es solo de dos modos: o rodeado de gente, o solo caminando hacia ella. Rodeado de gente en eventos en los que no planearon verse y en los cuales nunca tienen la suerte (ni la voluntad) de saludarse más que de lejos. Caminando solo hacia ella cuando es de modo premeditado. Y camina hacia ella sin acompañamientos desde hace ya mucho tiempo. Incluso lo hace cuando en la cara de María ve reflejado el terror de su boca escupiendo barbaridades nunca antes oídas. O sí, pero que solo María podía expresar de tan particular manera. María nunca vio en Tomás un paso firme cuando se dirigía hacia ella, jamás; y no hubo vez que Tomás no intentara disipar los fantasmas del momento (mas no los del pasado) con habladurías vanas. Y así y todo, tras tanto tiempo, Tomás seguía caminando hacia ella, siempre solo. Y María seguía viéndolo acercarse con su expresión de seguridad, pero que no podía evitar el temblor de sus piernas estuviera sentada, parada o recostada. Tampoco podía evitar esa reacción cuando ella caminaba en dirección hacia él cuando él estaba en la otra situación: sosteniendo una caña, con sus anteojos puestos, sus rulos al viento y rodeado de gente. Y no podía evitarla aunque estuviera caminando.
Allí los pensamientos de María se interrumpen con un canto al que se une. Pero termina el canto y vuelve a pensar en Tomás. La ataca un pensamiento: tantas situaciones repetidas, tantas escenas programadas automáticamente... ¿hacia dónde caminás cuando estás solo?