miércoles, 6 de abril de 2011

Sin título

A Carlo.

Bajo un cielo gris, húmedo y oscuro
tus ojos se ven tan claros...
La lluvia no te toca,
no borra tu sonrisa
como esas, sinceras, que dibujan los nenes
en el jardín con las tizas cuando les dejan tocar el pizarrón.

Tus huellas se tiñen de rojo
al calor de cada paso que das
por ese sueño milenario al que te entregás,
y no arrojándolo a un pozo de abandono.

Tus facciones armoniosas se iluminan
y todo a tu alrededor comienza a brillar
cada vez que las carcajadas explotan
y por tus venas viajan hacia tu exterior
(más y más)

El mundo te pasa por al lado
viéndote pero
sin mirarte.
Y yo que te miro
y al mundo observo
me pregunto
¿qué esperan ellos para mirarte?

Siempre el más oportuno
Siempre el más predispuesto
Incluso
tropezando
cayendo
resbalando
decayendo
... siempre resurgiendo
(y haciendo resurgir)

Un abrazo estrangula los fantasmas
De los hoyuelos sale de nuevo un respiro desaparecido
Y del ingenio aparece una sonrisa dejada atrás.
No sacás conejos de un sombrero
pero tu magia nadie la puede negar:
porque carece de trucos, ilusiones,
y, especialmente, engaños.

Castíguenme si un día permito que,
y nunca dejes que,
la lluvia te alcance
y desvanezca tu sonrisa,
sincera, contagiosa, perfecta
como dibujada en tiza.

L=N

En una tarde de verano-otoño por las calles de esos barrios tan típicos de Buenos Aires, Félix va caminando. Buzo en mano, sin muchas preocupaciones, una sonrisa en los labios y una canción en la cabeza. No tararea, no corre, no salta, no se tambalea. Solo camina. Félix y la mente de Félix, como siempre.
Camina sin tener mucha idea de a dónde está yendo. En realidad, sabe hacia dónde se mueve, pero va variando su camino: Está yendo a su casa y está tomando algún camino alternativo, de esos que él se inventa cada vez que va volviendo de algún lado (y tiene ganas de caminar, o de pensar, o simplemente de olvidarse). Pero, en uno de esos descuidos por el hundimiento total en sus propios pensamientos, se pierde. Sin darse cuenta, se metió por una calle que no reconoce, al parecer con negocios muy nuevos, así que nada le es del todo familiar. Busca un cartel con el nombre de la calle, y no lo encuentra.
Encuentra el cartel de una de las calles que cortan la que él está caminando, pero igualmente no logra ubicarse. Se perdió, y no sabe bien qué hacer.
Y ese es el momento en que empieza a llover. Perdido y empapado, pero de buen humor. Félix sabe disfrutar como se debe de la lluvia, aunque a veces le resulte inoportuna, como en ese momento.
Continúa caminando, intentando no mojarse aún más (para no seguir empeorando su gripe), pero no tiene mucho éxito.
El cielo claro de la tarde de repente se había visto oscurecido por un nubarrón casi negro que cubrió el cielo e hizo anochecer de repente. Y Félix no lo había notado. Se dispone a esperar abajo de un toldo que no lo aísla muy bien de la lluvia, pero es algo...
Pasado el chaparrón, Félix comienza a caminar de nuevo. Baldosa floja: pantalón mojado. Un par de puteadas al aire y continúa, buscando alguna calle reconocible, pero ¡changos! todos los carteles están perdidos.
Y en una seguidilla de sucesos extraños, Félix patea una lata (¿o era una botella?) en el piso, la baldosa sobre la que se sostiene en ese momento cede un poco, resbala por la goma desgastada de sus zapatillas otro poco y acaba en el suelo, aún más empapado, y con un futuro moretón y actual dolor en los lugares donde el sol no lo abraza ni en los días de verano.
Pero, en vez de putear de nuevo al aire, Félix se ríe mientras comienza a levantarse. Sigue caminando, aún con una risita entre sus dientes, y reconoce la esquina. Ya logró ubicarse de nuevo, y prosigue su camino a casa, mientras continúa riéndose por lo cómico que debió haber sido verlo desde afuera. Y ahora, ya no volverá a perderse. Porque eso es lo que Félix hace: camina, se pierde en un descuido, llueve, sonríe, se cae, se ríe, se vuelve a levantar, sigue, y llega... y, sin olvidar lo que aprendió, continúa riendo felizmente.

angelitos

A ellas

Es que quizás ustedes lo entiendan
y yo nunca lo voy a entender
cómo las cosas metamorfosean
hasta cierta estabilidad
Pero me gusta cómo las hojas cayeron y los vientos soplaron y los pájaros volaron
... y como sus neuronas con las mías se enlazaron
Porque son de las más bonitas
de las más coquetas
de las más juguetonas
(por no llamarlas de otro modo)
Porque alejan tormentas con sus respiros
y me muestran sus dientes, y gritan, tan contagioso...
Porque son mi coro de ángeles danzantes
(pero no lo digo muy seguido)
Yo no lo entiendo, bonitas,
y nunca creo que lo pueda entender
pero ahí,
debajo de la mesa,
en nuestro propio mundo,
en nuestra oscuridad natural,
en nuestro lime propio
bajo la luna
bajo el techo
bajo el mantel
con las flores
con el metal
con las risas
ahí
ahí abajo
donde a veces todo es aislamiento
ahí
ahí abajo
con ustedes
siempre
se hace de día