viernes, 23 de octubre de 2009

Árboles pasando

Un micro y muchas personas. Ja, risas. Me río y canto o, al menos, eso intento: me quedé sin voz.
El acompañamiento de esa guitarra me hace bien, suena linda, me gusta. Mejor me callo y la dejo sonar.
Me encanta. Me encanta. Me encanta tenerla al lado. Me encanta cómo suena y cómo canta. Me encanta lo que canta.
Me encanta.
"Mi amor". Ay, guitarri(s)ta, si yo fuera tu amor...
Dejá de hacer sonar esa música desconocida. Dejá de traerme flashes a la cabeza dándome ganas de que cantes eso para mí.
Quiero llegar a casa. Quiero volver a la rutina. Quiero que vuelvas a ser el mismo de siempre, ese que veo todos los días y solo está ahí.
Dejá de traer el pasado al presente.
¿Podrías solamente dejar de cantar?

miércoles, 7 de octubre de 2009

Se despertó esa mañana sin entender demasiado. No reconocía dónde estaba. Se tomó la cabeza: Se había levantado muy rápido y se había mareado. Recordaba todo de la noche anterior, pero le parecía muy lejana, con una sensación increíble de que había sido un sueño. Puso las manos sobre las sábanas, y vio que no era su cama. Miró a su lado: ahí estaba ella. No lo había soñado. Se levantó suavemente, para no despertarla. Se vistió, mientras la miraba dormir. Era tan dulce, tan tierna, ¿quién podría querer dañarla? Sin dudas, él no. Fue a la cocina -extrañamente los padres de ella no estaban-, se sirvió un vaso de jugo, lo agarró como para llevárselo a la boca, pero no llegó a mojar sus labios. No hacía más que pensar, de reírse de sí mismo, casi como un loco. Metió la mano en un bolsillo buscando su celular. No estaba. ¿Dónde lo había puesto? En el bolsillo del jean, claro. Así, lo tomó, miró la hora (7:15) y, en seguida, empezó a escribir un mensaje de texto:
- ¿Te cuento algo? - buscó en la lista de contactos. N. Era la primera que se enteraría.
No esperaba respuesta inmediata, pero tenía bien en claro que no iba a volver a redactar otro mensaje a la misma persona hasta que ésta le hubiera respondido.
Se terminó el vaso de jugo y volvió al cuarto. La observó, un poco con lástima, un poco con un sentimiento que le era difícil explicar. ¿Culpa, quizá? No, no había motivo, ¿o sí?. Le acarició el pelo, tomó su abrigo y salió del departamento, procurando que la puerta quedara bien cerrada, ya que no podía cerrar con llave, y no era su idea despertar a la persona dormida de la cual acababa de despedirse.
Comenzó a caminar, yendo para la parada del 53. Era un día precioso, pero él sentía que existía un equilibrio muy precario, que en cualquier momento, el mínimo desliz podía arruinar tan hermoso día. Buscó monedas por todos sus bolsillos. No tenía. Bueno, el subte era una buena opción. No le gustaba viajar en subte, pero no le quedaba otra. Caminó unas cuadras. Sintió su celular vibrando junto a su pierna. Lo tomó y observó el mensaje que le había llegado:
- Dale
En ese momento, llegó a la bajada del subte. Con el celular en la mano, para no olvidar responder el mensaje, "Uno, por favor" en la ventanilla, tomó el vuelto, y se encaminó hacia los andenes. Viajar en subte siempre le había causado una sensación de encierro que no siempre estaba dispuesto a soportar. Pero, esta vez, lo único que quería era llegar a su casa, a dormir un poco más (no había dormido mucho más que una hora), a pensar con claridad. Y responder ese mensaje:
- Terminé en la cama de (y con) M.
Lo envió, con cierta satisfacción dentro de su cabeza. Se rió de sí mismo, de las veces que recordaba haber jurado no caer de nuevo en ese tipo de "errores". No le importaba. Estaba calmado. Y sabía que M. también lo estaría. No había problema.
Subió al subte, al último vagón. Había asientos libres, sí, pero prefirió quedarse al lado de la puerta, viendo las paredes moverse, las estaciones pasar, la gente subiendo y bajando, del otro lado. Se empezó a poner ansioso, no sabía si porque el subte lo irritaba o porque su celular no estaba vibrando. Miraba la hora, cuánta batería le quedaba, si tenía cierto número de teléfono. Cualquier excusa era buena.
Cuando llegó a "su" estación, estaba casi enloqueciendo. Subió las escaleras de a tres escalones, se chocó contra el molinete, se golpeó contra una mujer que lo insultó sólo un poco, y subió el tramo de escaleras que le quedaba, pero esta vez de a dos escalones. Por fin, salió. Respiró, reteniendo en sus pulmones la bocanada de aire más dulce que alguna vez había sentido, y luego lo soltó.
En ese instante, sintió la vibración en su pierna. "Mostrar".
- Piola.
Se quedó tieso, observando la pantalla del teléfono. Un bocinazo a su lado lo hizo volver del caos que se estaba produciendo en su cabeza. Bajó la tapa del celular, se lo guardó, se reprimió las ganas de patear el tacho de basura en cuya dirección comenzó a caminar, y simplemente siguió andando, como si nada sucediera, como había hechos los últimos dos meses: todo se resumía a andar. Definitivamente, su día se había arruinado con ese mensaje, con esa palabra. Siguió caminando, casi pataleando, y así se perdió entre la gente.

Mire usted lo que causa un mensaje, o dos; una muestra de necesidad de atención y una de falta de ella. Mire usted lo que hacen las palabras