martes, 3 de septiembre de 2013

HUMO

Siempre que creo en tus ojos, deseo no hacerlo porque después no puedo ver.
Me lastima la retina verte echando esa nube pálida
desde tu cuerpo, saliendo por toda tu piel.
Es como una nube tóxica, un arma química,
que te hace desaparecer, por el humo que proyectás.
Te vendés a vos mismo como un diamante de pobre:
hermoso, brillante... y accesible,
pero en el momento que quiero conocer tu materialidad,
desaparecés.

... Y poco después, volvés,
envolvente, magnífico, embriagante,
con tus brazos en mi cintura y tu boca en mi oído.
Y me dejo llenar los pulmones de tu toxicidad
porque más no puedo.
Me nubla la mente aunque se que algo va mal
pero no puedo esperar de vos nada más.
Huyendo de la responsabilidad,
un beso que no se da,
que te llamo y no estás,
que te quiero conmigo y corrés hacia algo más.

Tu pierna en mi pierna,
tu nariz en mi cuello,
tus manos, ya no se
(y ya no quiero saber).
Caigo dormida, buscando no buscarte,
se que la impunidad se acaba con la luz del sol,
cuando escapás de aquel color
que te invade por completo y te llena de sabor
la boca, aunque te tapes los ojos y la voz.
Huís de nuevo hacia el gris, hacia la bruma,
perdés tu cuerpo y te volvés una sombra,
un gas, un dolor, el veneno de la cobra,
el aturdimiento, el ardor, la tortura.
Pero te compadezco en tu soledad acompañada
porque al final, vos sos el que elige la nada.

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